"Los padres son los primeros y principales educadores de sus propios hijos, y en este campo tienen incluso una competencia fundamental: son educadores por ser padres." (Juan Pablo II, Carta a las Familias, n. 16).

lunes, 5 de enero de 2015

El cerebro y las emociones. III

DESCRIBAMOS LA FELICIDAD VERDADERA.

   Es una "Señora noble, altruista, tranquila y recogida, que mora en el interior del castillo del alma, conociendo, aumentando, comunicando y saboreando sus tesoros. Se asoma con frecuencia al exterior por las ventanas del rostro, y lo hace engalanada con la sonrisa, vestido refulgente del ser racional, que ni los animales ni las flores más bellas pueden ostentar".
Los acontecimientos apenas la afectan. Si los insensatos sacan desesperación y tristeza de ellos, los sabios sacan de los mismos resignación, paz y alegría. Es que el alma feliz descubre en la base o esencia de cada ser y de cada acontecer lo que les da unidad y valor: el fin nobilísimo de ayudarnos a glorificar al Creador infinitamente bueno y hermoso y de unirnos a El con felicidad perfecta, y el gozo de hacer felices a nuestros semejantes.
   En esta descripción distinguimos la felicidad íntima, tranquila y profunda del hombre, basada en la satisfacción perfecta de sus tendencias más nobles, de la otra superficial, bulliciosa y vil, que no merece el nombre de felicidad.              Insinuamos sus tres mecanismos psíquicos o factores anímicos: el del pensar, o darse cuenta, el del querer y el del sentir y, exponemos su complemento fisiológico, en la expresión externa, la sonrisa. Expliquémosla brevemente y saquemos una fórmula esquemática.
   La felicidad es noble, No hay dicha verdadera en el vicio, abyección o placer ilícito. Tras la satisfacción relámpago de una tendencia parcial y baja, se sigue una amargura profunda y duradera. Las ansias íntimas de grandeza verdadera, cual es la moral, se ven inhibidas o contrariadas.
   Tampoco se basa la dicha en riquezas, placeres o poder. Alivian temporalmente tendencias menos nobles. Pero no ofrecen a la conciencia una realidad que sacie. El que aspiró a 1.000 al conseguirlo suspira por 10.000 y luego por 100.000. La satisfacción que ha ido recibiendo fue superficial y pasajera, quedando vacío el estrato más profundo del alma. Muchos millonarios, sintiendo ese vacío, o agobiados de preocupaciones, han añorado los años de su juventud laboriosa. Suele encontrarse más paz y alegría entre los pobres sin miseria que entre los ricos y potentados. Nunca ha habido tanta diversión, comodidad y placer como ahora, y nunca se han quejado tantos de aburrimiento, insatisfacción interna y angustia.
   La felicidad es altruista, juega al escondite, se oculta cuando la buscamos con egoísmo. Pero nos sale al encuentro cuando, sin mirarnos a nosotros, nos abrazamos con lo más noble: el deber, la virtud, el bien del prójimo, Dios. Un día de buscar nuestro gusto o capricho, deja un vacío profundo. Otro día de sacrificarnos por el prójimo o por Dios, produce plenitud de satisfacción.
La felicidad es tranquila y recogida. Huye de la agitación y del desorden. Se da en lo más íntimo del ser racional. Consiste en esa conciencia íntima de satisfacción plena (sobre paz imperturbable), que absorbe todo nuestro pensar y desear.
   La felicidad no es causada por los acontecimientos, pues del mismo suceso unos sacan resignación, paz y alegría, y otros desesperación y tristeza.
   La Señora del castillo vive conociendo, compartiendo y saboreando sus tesoros. Aquí tenemos los tres mecanismos o factores psíquicos de la felicidad.
 Primer factor mental o de pensamiento, por el que conocemos y pensamos en el gran bien poseído o asegurado, y en los medios de aumentarlo.
 Segundo factor volitivo-ejecutivo, que posee, comparte y aumenta este tesoro por el amor, la voluntad y la acción criadora.
 Tercer factor afectivo-emotivo, que lo riente y saborea.

   En el vivir está la dicha, y cuanto más noble y activa sea esta vida, mayor será la felicidad. En el hombre (animal de deseos, con capacidad de descubrir y desear bienes superiores), esta vida noble y dicha verdadera consiste en conocer los tesoros que le pueden saciar y en conseguirlos y gozarlos. No es felicidad el Nirvana budista que pretendiendo la deificación va mutilando la vida psíquica anulando toda actividad y deseo (anulación negativa que implica empobrecimiento). Lo es y suma la dicha del cielo y, en proporción, también grande, la de la tierra, cuando los tesoros poseídos, divinos y humanos de tal manera llenan las aspiraciones y absorben toda la conciencia, que anulan el pensamiento del pasado y del futuro y hacen imposible cualquier deseo. Anulación, ésta, positiva, porque incluye la posesión de todo lo deseable.
   La vida presente es el tesoro poseído, y la vida futura, el tesoro esperado que necesitamos para hacernos felices. Al vivir nos podemos adueñar del mundo de los colores, de las formas y de los sonidos: del mundo de la amistad y la sociedad; de la ciencia, de la belleza y del amor y, sobre todo, de los tesoros sobrenaturales que Dios ha puesto en su Iglesia.
   Tenemos que vivir la belleza, dejando que los colores, formas y sonidos entren hasta nuestra mente e impresionen nuestra afectividad. Para eso hay que recibirlos con plena conciencia. Nos darán felicidad estética (capítulo III).
   Hay que vivir la verdad, y cuanto mayores y más trascendentales conocimientos adquiramos y con mayor claridad y menor fatiga, mayor satisfacción intelectiva tendremos (capítulo IV).
   Hay que vivir la bondad activa, amando y haciendo felices a los demás y sobre todo amando a Dios; y vivir la bondad pasiva, sintiendo el amor y bondad de los demás y la infinita de Dios, volcándose sobre nosotros (plenitud afectiva).
   Finalmente, para los que tenemos fe, hemos de vivir, activar y aumentar la vida de la Gracia, que nos diviniza y nos hace capaces de realizaciones y de felicidad más que humanas.
   Pero nuestra vida ha de ser en el presente momento, que es el único que está en nuestras manos, el único en que podemos hacernos felices. El pasado ya no existe, dejémoslo a la Misericordia Infinita. El futuro aún no tiene existencia; confiémoslo a Su Providencia paternal, y nosotros hagamos del presente un momento eficiente y feliz. No será eficiente si diferimos siempre la acción pues "repitiendo siempre "mañana" —como dice un viejo refrán—, se pierde toda la vida". Tampoco se será feliz si no lo son nuestros pensamientos. El presente con pensamientos alegres es un camino placentero (a pesar de zarzas y espinas) que lleva a la felicidad, pero pasando por entre dos abismos: el "pasado" y el "futuro". Quien, por la tristeza, añoranza, resentimientos o escrúpulos, "cae e el pasado" o se hunde por la preocupación en el "porvenir" deja de avanzar hacia su felicidad. Claro que a veces hay que prever el futuro, hay que preocuparse de él. Pero que sea tanto cuanto nos lleve a la decisión y nada más. Previa ocupación serena, sí; preocupación angustiosa, jamás.
   Hoy que vivir el "presente" con unidad de pensamiento y de acción. La unidad y concentración mental dan eficiencia y alegría (capítulo IV). Quien tiene al mismo tiempo muchas cosas en que pensar o que hacer se encontrará nervioso, agitado, o angustiado, pero no feliz.
   Sobre todo, y esto nos dará también unidad, hay, que vivir el momento actual con plenitud de paz y satisfacción. Cuando el "presente" no nos da esa plenitud, como acontece con el placer, riqueza, poder, que sólo satisfacen aspiraciones menos nobles, entonces queda tendencia y capacidad para suspirar por el "pasado" (añoranza), o soñar en el "futuro". Estos ocuparán la mente y nos robarán felicidad en la medida en que se lo permite la "pobreza" del presente que no ha conseguido absorber todo nuestro interés y atención. Pero si el presente va creciendo en riqueza de valores hasta llenar nuestras aspiraciones más nobles, entonces, la conciencia se agotará toda, dándose cuenta y gozando de la realidad actual, que le llena, sin que se le ocurra pedir nada al pasado, o al futuro, ni le quede lugar para pensar en ellos.
   Momentos de esa plenitud los experimenta el místico enajenado de sus sentidos y, en grado inferior, los experimentamos todos en una consolación espiritual (cuando al orar con fervor nos sentimos unidos a Dios); en una inspiración poética o concierto musical; en un descubrimiento o clarividencia científica; en un amor puro; al hacer feliz al prójimo. Momentos continuados de satisfacción plena nos los dará siempre el cumplimiento del deber de cada momento, al caer en la cuenta que estamos realizando en ese momento lo más noble y útil posible, que es la voluntad de Dios.
   Esos momentos llenos pierden su plenitud y sobre todo su duración si hay algo que nos quita la paz y seguridad.
   La repetición o prolongación duradera de este presente lleno, sería la felicidad, limitada sí, pero verdadera y profunda que es posible poseer en esta vida, aun en medio del dolor. En la otra, la gozaremos cumplidísima y eterna sin posibilidad de sufrir. Eternidad feliz es la fruición perfecta y sin fin de este presente lleno.
   Pero estas dos fórmulas de felicidad se hacen imposibles a los que buscan la dicha en el vicio, vanidad o desorden, y se hacen difíciles a las muchísimas víctimas de la vida moderna descontrolada.

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